El click de los 95 millones de euros
No os lo vais a creer, pero ayer encontré un fichero wallet.dat que no me sonaba PARA NADA en el subdirectorio «Cobol», dentro de «Mis Documentos». Contenía una clave privada que introduje en Unstoppable, una aplicación diseñada para usuarios que no somos expertos en el mundo cripto, que validó la misma y —para mi sorpresa— me avisó de que tenía vinculados… 10.000 bitcoins.
Hacía siglos que no seguía la cotización del bitcoin, porque me había desconectado bastante de ese mundillo, pero hasta yo sabía que aquello podía suponer un dinerillo. Cuando comprobé el precio de la criptomoneda, casi me da un infarto: 95.373,68 €. Eso suponía que acababa de encontrar más de 953 millones de euros olvidados en mi ordenador.
Después de la euforia inicial —tuve que bajar a la calle para tranquilizarme, porque me temblaba todo el cuerpo— empecé a pensar en las implicaciones legales, fiscales y personales que suponía todo esto y se me vino el mundo encima.
Primero, porque Hacienda somos todos, pero ahora yo lo era un poco más que antes. Si tenía 953 millones ¡tendría que pagar impuesto de patrimonio! Que no hubiera sacado un duro de ellos era irrelevante. Para Hacienda si tienes control efectivo sobre un bien tienes que pasar por caja. Un 3,5 % del total. Alrededor de 33 millones de euros, solo por 2025, claro.
El impuesto grava todo patrimonio por encima de los 700.000 € de forma permanente hasta que dejes de tenerlo, así que, debería haber pagado desde el año en el que los 10.000 bitcoins superaron los 70 € de precio… en 2013. Calculé que eso sumaría otros 80 millones —más las multas e intereses de demora que hubiera acumulado— y sin contar con el 28 % de IRPF, que tendría que pagar por las ganancias cuando los vendiera para poder pagar el impuesto.
Pero eso me daba igual. Aunque tuviera que pagar 300 millones en impuestos, aún me quedarían 653 millones con los que no contaba al principio del día. Lo que realmente me preocupaba era que Hacienda creyera que me había olvidado de esos bitcoins, porque, al superar los 600.000 € lo «defraudado», podrían acusarme de delito fiscal agravado, exigir que pagara una multa de hasta 6 veces la cantidad adeudada y, sobre todo, pedir una pena de hasta 5 años de cárcel.
Como para echarse a temblar, si no fuera porque Hacienda no era —ni de lejos— la mayor de mis preocupaciones.
Todo ese «dinero» no era más que un simple apunte contable en una base de datos distribuida, pública y fuera del control de cualquier autoridad y mi único vínculo con el mismo era una clave privada, un jodido password. Cualquiera que lo tuviera podría transferir de forma instantánea todos los bitcoins a otra wallet con el mismo anonimato del que ahora gozaba yo, un multimillonario con 953 millones de euros que —hasta ahora— bajaba todos los días a comprar el pan en zapatillas.
Con dinero emitido por un banco central sería imposible hacer una transferencia sin identificar el destinatario y, aunque usaran testaferros y cuentas en países sin tratados de extradición, los protocolos de seguridad bancarios bloquearían cualquier transferencia anómala o con una cantidad desmesuradamente grande. Pero, cualquiera podría transferir 953 millones de euros en bitcoins con un par de clics y sin control alguno.
Esa era la potencia —y, también, el peligro— de un sistema completamente descentralizado. La gente subestima los riesgos que supone ser tu propio banco. Guardar el dinero bajo el colchón o en un fichero en «Mis Documentos».
Sí, había oído hablar de algunos de los mecanismos anticoacción que había desarrollado el sector cripto como las duress wallets, diseñadas para hacer creer a un agresor que te ha robado todo lo que tienes, mientras la mayoría de fondos reales siguen protegidos. O las wallets multisig, que exigen 2 o 3 firmas para poder extraer fondos. Una la controlas tú y otra la puede tener tu hermana o un notario.
Pero en el momento en el que hiciera la más mínima transacción, empezaría a dejar trazas que podrían llevar a cualquiera con interés suficiente hasta la puerta de mi casa. Y una vez allí, ¿qué pasaría? El problema no era que me encontraran «los buenos» sino que lo hicieran «los malos».
¿Qué haría si un grupo de mercenarios albanokosovares irrumpieran en el piso y amenazaran con tirar a mis hijos por la ventana si no les diera todas las claves privadas necesarias para transferir mis bitcoins a otra wallet? ¿Qué harías TÚ?
Si no quería que me hicieran «un Zaryn», no podría conectarme desde ninguna IP relacionada conmigo, ni usar el navegador que utilizo habitualmente, ni emplear mi ordenador o mi móvil. Debería usar una VPN siempre que interactuara con mi wallet y conectarme a través de Tor, pero ¿con eso sería suficiente?
Recordé haber leído que algunas empresas como Chainalysis o Elliptic eran capaces de correlacionar transacciones y patrones para deducir quién era el dueño de una wallet. Maldita sea, si ya había metido la clave en Unstoppable —que no era un cliente especialmente seguro— a lo mejor ya había alguien en un arrabal de Kazajistán, los bajos fondos de Hong-Kong o en la zona franca de Vigo reservando un billete de avión para hacerme una visita.
Empecé a emparanoiarme. Entre unas cosas y otras, me habían dado las dos de la mañana y pensé en levantar a Candela y los niños para pedirles que se fueran a un hotel sin decirme cuál. Les aterrorizaría y ni siquiera tendría las respuestas para todas sus preguntas, así que, decidí calmarme y esperar hasta que la casa despertara.
Hacía siglos que no seguía la cotización del bitcoin, porque me había desconectado bastante de ese mundillo, pero hasta yo sabía que aquello podía suponer un dinerillo. Cuando comprobé el precio de la criptomoneda, casi me da un infarto: 95.373,68 €. Eso suponía que acababa de encontrar más de 953 millones de euros olvidados en mi ordenador.
Después de la euforia inicial —tuve que bajar a la calle para tranquilizarme, porque me temblaba todo el cuerpo— empecé a pensar en las implicaciones legales, fiscales y personales que suponía todo esto y se me vino el mundo encima.
Primero, porque Hacienda somos todos, pero ahora yo lo era un poco más que antes. Si tenía 953 millones ¡tendría que pagar impuesto de patrimonio! Que no hubiera sacado un duro de ellos era irrelevante. Para Hacienda si tienes control efectivo sobre un bien tienes que pasar por caja. Un 3,5 % del total. Alrededor de 33 millones de euros, solo por 2025, claro.
El impuesto grava todo patrimonio por encima de los 700.000 € de forma permanente hasta que dejes de tenerlo, así que, debería haber pagado desde el año en el que los 10.000 bitcoins superaron los 70 € de precio… en 2013. Calculé que eso sumaría otros 80 millones —más las multas e intereses de demora que hubiera acumulado— y sin contar con el 28 % de IRPF, que tendría que pagar por las ganancias cuando los vendiera para poder pagar el impuesto.
Pero eso me daba igual. Aunque tuviera que pagar 300 millones en impuestos, aún me quedarían 653 millones con los que no contaba al principio del día. Lo que realmente me preocupaba era que Hacienda creyera que me había olvidado de esos bitcoins, porque, al superar los 600.000 € lo «defraudado», podrían acusarme de delito fiscal agravado, exigir que pagara una multa de hasta 6 veces la cantidad adeudada y, sobre todo, pedir una pena de hasta 5 años de cárcel.
Como para echarse a temblar, si no fuera porque Hacienda no era —ni de lejos— la mayor de mis preocupaciones.
Todo ese «dinero» no era más que un simple apunte contable en una base de datos distribuida, pública y fuera del control de cualquier autoridad y mi único vínculo con el mismo era una clave privada, un jodido password. Cualquiera que lo tuviera podría transferir de forma instantánea todos los bitcoins a otra wallet con el mismo anonimato del que ahora gozaba yo, un multimillonario con 953 millones de euros que —hasta ahora— bajaba todos los días a comprar el pan en zapatillas.
Con dinero emitido por un banco central sería imposible hacer una transferencia sin identificar el destinatario y, aunque usaran testaferros y cuentas en países sin tratados de extradición, los protocolos de seguridad bancarios bloquearían cualquier transferencia anómala o con una cantidad desmesuradamente grande. Pero, cualquiera podría transferir 953 millones de euros en bitcoins con un par de clics y sin control alguno.
Esa era la potencia —y, también, el peligro— de un sistema completamente descentralizado. La gente subestima los riesgos que supone ser tu propio banco. Guardar el dinero bajo el colchón o en un fichero en «Mis Documentos».
Sí, había oído hablar de algunos de los mecanismos anticoacción que había desarrollado el sector cripto como las duress wallets, diseñadas para hacer creer a un agresor que te ha robado todo lo que tienes, mientras la mayoría de fondos reales siguen protegidos. O las wallets multisig, que exigen 2 o 3 firmas para poder extraer fondos. Una la controlas tú y otra la puede tener tu hermana o un notario.
Pero en el momento en el que hiciera la más mínima transacción, empezaría a dejar trazas que podrían llevar a cualquiera con interés suficiente hasta la puerta de mi casa. Y una vez allí, ¿qué pasaría? El problema no era que me encontraran «los buenos» sino que lo hicieran «los malos».
¿Qué haría si un grupo de mercenarios albanokosovares irrumpieran en el piso y amenazaran con tirar a mis hijos por la ventana si no les diera todas las claves privadas necesarias para transferir mis bitcoins a otra wallet? ¿Qué harías TÚ?
Si no quería que me hicieran «un Zaryn», no podría conectarme desde ninguna IP relacionada conmigo, ni usar el navegador que utilizo habitualmente, ni emplear mi ordenador o mi móvil. Debería usar una VPN siempre que interactuara con mi wallet y conectarme a través de Tor, pero ¿con eso sería suficiente?
Recordé haber leído que algunas empresas como Chainalysis o Elliptic eran capaces de correlacionar transacciones y patrones para deducir quién era el dueño de una wallet. Maldita sea, si ya había metido la clave en Unstoppable —que no era un cliente especialmente seguro— a lo mejor ya había alguien en un arrabal de Kazajistán, los bajos fondos de Hong-Kong o en la zona franca de Vigo reservando un billete de avión para hacerme una visita.
Empecé a emparanoiarme. Entre unas cosas y otras, me habían dado las dos de la mañana y pensé en levantar a Candela y los niños para pedirles que se fueran a un hotel sin decirme cuál. Les aterrorizaría y ni siquiera tendría las respuestas para todas sus preguntas, así que, decidí calmarme y esperar hasta que la casa despertara.
Buscando información, descubrí que había bancos fuera de España que admitían la custodia de criptoactivos como bitcoins, cubriéndolos con todos sus procedimientos regulatorios y de seguridad. Hasta daba la maldita casualidad de que, justo ese día, el BBVA había anunciado que empezaba a ofrecer servicios de custodia también en España, pero si iba a la sucursal del barrio con esta «embajada» ¿me atenderían? ¿ME ENTENDERÍAN?
Decidí que lo primero que haría por la mañana sería levantar a la familia, meterles en un coche e irnos todos a la oficina de algún banco de inversión grande. JP Morgan tenía una sucursal en Madrid. Si salíamos de A Coruña a las 7 y le dábamos zapatilla, podríamos estar entrando por la puerta a las doce y media.
Una vez allí, intentaría que resolvieran el tema de la custodia, pero si no fuera posible, les ofrecería todos mis bitcoins con un descuento importante, del 5 o el 10 %. Eso sí, a vender en una sola transacción. Que antes de acabar el día, el dinero estuviera en una cuenta bancaria. Ya nos ocuparíamos de Hacienda más tarde.
Pero... esto nunca sucedió. Comandos paramilitares de Kazajistán, Hong-Kong o Vigo que hayáis reservado billetes para venir a visitarme, ya lo siento, me he inventado toda la historia.
Pero sí pudo haberle pasado a otro. De hecho, a lo mejor, así ha sido. El pasado 4 de julio, una wallet dormida con 10.000 bitcoins se activó por primera vez en 14 años. Registró un único movimiento con el que vació por completo la cartera. 953 millones de euros.
Cuando la noticia se comentó en los habituales grupos de WhatsApp de amigos me sorprendió que varios de ellos —con bastantes conocimientos técnicos y financieros— no fueran conscientes del marrón que supondría encontrar de repente 10.000 bitcoins en tu ordenador.
Sería lo más parecido a descubrir una bomba termonuclear en casa. No podrías conservarla sin ser vulnerable y, para dejar de serlo, tendrías que armar toda una infraestructura de seguridad física, digital y legal. No declararlo a las autoridades sería un delito y, al hacerlo, tendrías que hacer frente a tus obligaciones tributarias. En cualquier caso, deberías vender parte para obtener recursos con los que hacer una cosa o la otra, pero no podrías hacerlo sin dejar rastro. Lo único que nunca deberías hacer sería «no hacer nada».
No sé que haríais vosotros si os encontrarais una wallet así, pero no tengo ninguna duda de que, en algún portátil polvoriento, existe.
Bonilla goes millonario en la Bonilista 13/07/2025
Decidí que lo primero que haría por la mañana sería levantar a la familia, meterles en un coche e irnos todos a la oficina de algún banco de inversión grande. JP Morgan tenía una sucursal en Madrid. Si salíamos de A Coruña a las 7 y le dábamos zapatilla, podríamos estar entrando por la puerta a las doce y media.
Una vez allí, intentaría que resolvieran el tema de la custodia, pero si no fuera posible, les ofrecería todos mis bitcoins con un descuento importante, del 5 o el 10 %. Eso sí, a vender en una sola transacción. Que antes de acabar el día, el dinero estuviera en una cuenta bancaria. Ya nos ocuparíamos de Hacienda más tarde.
Pero... esto nunca sucedió. Comandos paramilitares de Kazajistán, Hong-Kong o Vigo que hayáis reservado billetes para venir a visitarme, ya lo siento, me he inventado toda la historia.
Pero sí pudo haberle pasado a otro. De hecho, a lo mejor, así ha sido. El pasado 4 de julio, una wallet dormida con 10.000 bitcoins se activó por primera vez en 14 años. Registró un único movimiento con el que vació por completo la cartera. 953 millones de euros.
Cuando la noticia se comentó en los habituales grupos de WhatsApp de amigos me sorprendió que varios de ellos —con bastantes conocimientos técnicos y financieros— no fueran conscientes del marrón que supondría encontrar de repente 10.000 bitcoins en tu ordenador.
Sería lo más parecido a descubrir una bomba termonuclear en casa. No podrías conservarla sin ser vulnerable y, para dejar de serlo, tendrías que armar toda una infraestructura de seguridad física, digital y legal. No declararlo a las autoridades sería un delito y, al hacerlo, tendrías que hacer frente a tus obligaciones tributarias. En cualquier caso, deberías vender parte para obtener recursos con los que hacer una cosa o la otra, pero no podrías hacerlo sin dejar rastro. Lo único que nunca deberías hacer sería «no hacer nada».
No sé que haríais vosotros si os encontrarais una wallet así, pero no tengo ninguna duda de que, en algún portátil polvoriento, existe.
Bonilla goes millonario en la Bonilista 13/07/2025
Comentarios
Publicar un comentario