Un algoritmo equivocado

El mayor error judicial de la historia de Gran Bretaña se produjo de manera continuada (1999-2015) como consecuencia de un software defectuoso y la colaboración de ejecutivos, abogados, políticos y jueces que se empeñaron en aceptar los datos de ese sistema informático como única prueba para condenar a casi mil inocentes. 
 
El error se corrigió gracias a periodistas que se empeñaron en recoger lo que decían los afectados (se publicaron 300 artículos), y muy especialmente de un hombre extraordinario, Alan Bates, que investigó esos errores y acudió una y otra vez a los tribunales. Pero nada parecía capaz de provocar el terremoto que el caso merecía y la decisión de anular las condenas e indemnizar a las víctimas, hasta que la productora de televisión ITV creó una serie de cuatro capítulos (Mr Bates vs The Post Office) que inesperadamente mantuvo pegados a la pantalla a millones de británicos, que prefirieron este mes de enero ese programa a cualquier otra oferta de entretenimiento y estallaron de pura rabia. La formidable capacidad de la televisión y de la ficción (no se trataba de un documental sino de una serie dramática) resultó avasalladora.
 

Todo el suceso, conocido como el escándalo de las oficinas de correos (The Post Office Scandal), ofrece varias enseñanzas: los sistemas informáticos fallan, algunos ejecutivos de grandes empresas no dejarán de hacer verdaderas canalladas hasta que se les haga penalmente responsables, es decir, hasta que vayan a la cárcel; igual que los abogados de las empresas que ayudan a ocultar la maldad de sus jefes aunque sean conscientes de que destrozan las vidas de centenares o miles de personas.
 
La historia no ha acabado porque ahora los jueces, que admiten que todo ha sido un espanto, no están seguros de que el Gobierno pueda anular todas sus erróneas sentencias con una única ley, una especie de amnistía a la británica. Y porque el pago de las indemnizaciones prometidas va llegando tan tarde que algunos de los afectados han muerto.
 
Las víctimas son los llamados subpostmasters, responsables de pequeñas oficinas de correos en pequeñas localidades, gente que se enorgullecía de ser miembro de Post Office y a la que, de repente, al poco de usar un nuevo software, empezaron a no cuadrarles las cuentas. Unos 900 de ellos fueron denunciados, procesados y condenados por robo y fraude. Algunos fueron a la cárcel. Todos perdieron el trabajo y quedaron marcados (la vida en las pequeñas localidades británicas no debe de ser fácil si tus vecinos creen que has robado al benemérito Post Office).
 
Los jueces, que no sabían absolutamente nada de informática, creyeron a pie juntillas a los técnicos de la empresa responsable. Pero ¿cómo puede ser que no advirtieran que era imposible que de repente todos los subpostmasters del país se hubieran puesto a robar, sin ser parte de ninguna mafia? ¿Cómo es posible que los ejecutivos de la empresa propietaria de ese software de mierda (Fujitsu) testificaran en contra de esas desconcertadas y abrumadas personas, cuando sabían perfectamente que el sistema producía cientos de errores en la contabilidad? ¿Cómo es posible que los abogados de Fujitsu y de las oficinas de correos se prestaran a ello? ¿Cómo es posible que los políticos no leyeran las informaciones que se iban publicando y pidieran una investigación seria? ¿Cómo es posible que ninguno de ellos hiciera algo al ver pasar ante sus ojos a 900 hombres y mujeres aterrorizados y desconcertados, seguros de que no habían robado ni un chelín, pero culpabilizándose de haber, quizás, cometido errores que merecían castigo?
 
Todo es perfectamente posible y es incluso muy probable que se repita en otros lugares o en otros momentos, de esa forma o de otra parecida. ¿No nos acordamos ya de ese sistema informático en los Países Bajos que detectaba familias inmigrantes que estafaban al Estado a diario? Allí fue una abogada española la que investigó, pero también fueron los periódicos los que empezaron a publicar lo que ocurría. El primer ministro pidió perdón: un algoritmo equivocado, dijo. Ya está.
 
En realidad, ¿en qué consisten esos escándalos? En el desprecio a la gente pequeña, explica el escritor Kenan Malik en The Guardian. En que la ilegalidad útil es bien recibida por los ejecutivos de muchas grandes corporaciones. Y en que hay que ser conscientes de que un software puede ayudar a salvar vidas, pero otro puede llevarte a la horca.
 
 
Fuente: El País

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