Emperador Norton I

Joshua Abraham Norton vino al mundo el 4 de febrero de 1818 o 1819 en Deptford. Sus padres eran John y Sarah Norton, mercaderes judíos que decidieron trasladarse a Sudáfrica cuando Joshua tenía apenas año y medio. 
 
Aunque al principio la vida de los Norton en Sudáfrica fue próspera, las cosas se torcieron, y para cuando John Norton falleció en 1848 las cosas estaban muy jodidas: se había tenido que declarar insolvente, y toda la familia excepto Joshua había muerto.
 
De todas formas, parece que para entonces Joshua no se hablaba con su familia, o al menos se llevaban francamente mal. Tanto que de hecho había vuelto a vivir en el Reino Unido en 1845.
En febrero de 1846 Norton se embarcó en un barco llamado Sunbeam con destino a Boston, a donde llegó el 12 de marzo.
 
Y aquí es donde hay que empezar a tomarse las cosas con pinzas, porque mucho de lo que se sabe de los siguientes años de la vida de Norton lo contó él poco antes de morir, loco como una cabra, hablando de sí mismo en tercera persona y con la prensa riéndole la gracia.
 
En una entrevista concedida al San Francisco Chronicle, el propio Norton explicó que había llegado a San Francisco en noviembre de 1849 a bordo del barco Franzeska, vía Río de Janeiro y Valparaíso, con 40.000 dólares de la época en el bolsillo.
De lo que hizo en esos tres años entre que llegó a Boston y reapareció en San Francisco no se sabe nada. Como es muy poco probable que heredase 40.000 dólares de su padre insolvente, se cree que es posible que se paseara por América del Sur haciendo negocios de todo tipo.
En San Francisco, Norton montó una compañía llamada Joshua Norton & Company y se dedicó principalmente a dos cosas: las importaciones y la especulación inmobiliaria. En muy poco tiempo se convirtió en uno de los ciudadanos más prósperos y respetados de la ciudad.
Se calcula que Norton amasó una fortuna de unos 250.000 dólares (algo más de 8 millones de hoy), y sus negocios le abrieron las puertas de los grupos más selectos de San Francisco. De ser hijo de un mercader arruinado había pasado a formar parte de la élite social estadounidense.
 
En 1852 China sufrió una fuerte hambruna y el gobierno chino prohibió las exportaciones de arroz. Como consecuencia, el precio del arroz en sitios como la Bahía de San Francisco (que tenía una cantidad bastante grande de inmigración de países asiáticos) se disparó un 878%.
A Norton le llega la noticia de que un barco procedente de Perú con 91.000 kilos de arroz está por llegar a San Francisco, y a Joshua se le enciende la bombillita: va a comprar el cargamento entero y hacerse más asquerosamente rico aún.
Pero el arroz que había comprado era de una calidad bastante mierder, y encima en los dos o tres días siguientes llegaron más barcos procedentes de Perú cargaditos de arroz. La mayoría de ellos con un arroz bastante mejor que el que tenía Norton.
El precio del arroz se volvió a desplomar, y Norton se encontró con un kilotón de arroz de mala calidad que le iba a costar mucho vender. Obviamente intentó que el contrato se considerase nulo para no tener que pagar y arruinarse.
Durante tres años, entre 1853 y 1856, Norton estuvo litigando contra los que le habían vendido el arroz y, aunque los tribunales le dieron la razón en principio, la cosa llegó hasta el Tribunal Supremo, que falló en contra de Norton.
Sus bienes fueron embargados, incluyendo las propiedades inmobiliarias, y tuvo que declararse en bancarrota. Para 1858 el antaño prohombre estaba viviendo en una pensioncilla con lo justo para poder comer.

Y es aquí cuando nace el personaje. No se sabe si Norton enloqueció, o si en realidad estaba perfectamente cuerdo y decidió encontrar una manera original de sobrevivir. Es probable que sea algo a medio camino.
En cualquier caso, el 17 de septiembre de 1859 Norton se presentó en las oficinas del San Francisco Daily Evening Bulletin y le entregó personalmente una carta al editor, George Fitch:

Así dio comienzo el “reinado” de Norton I. Durante 21 años, Norton publicó sus decretos como cualquier monarca. Entre ellos uno en el que abolía el Congreso (12 de octubre de 1859), y otro en el que hacía lo propio con los partidos Demócrata y Republicano (12 de agosto de 1869).

También ordenó al ejército que arrestase a los congresistas “rebeldes”, y hasta ordenó a los representantes de las iglesias católica y protestante que lo ungieran como emperador. Todo esto lo hacía publicando sus decretos en los distintos periódicos del momento.

La cosa está en que en vez de encerrarlo en un manicomio, a la mayoría de gente la chaladura de Norton le hizo gracia y, como tampoco le hacía daño a nadie, pues lo dejaron hacer. 

Entre otras cosas, Norton se oponía a cualquier forma de corrupción, y exigía toda una serie de derechos para las personas racializadas que en ese momento eran impensables. También estaba a favor del sufragio femenino, el pago justo de impuestos y la separación iglesia-estado.

Por si eso fuera poco, también era un visionario tecnológico: uno de sus decretos ordenaba la construcción de un puente colgante entre San Francisco y Oakland, y de hecho se cabreó muchísimo porque nadie le estaba haciendo caso en esta orden en particular.

 
El San Francisco-Oakland Bay Bridge se inauguraría en 1936, más de 50 años después de su muerte, con unas características muy similares a las que decía Norton. Han habido varias campañas para renombrarlo como el “Puente del Emperador Norton”, aunque sin éxito.

A Norton le gustaba pasearse por las calles de San Francisco para inspeccionarlas y asegurarse de que todo funcionaba correctamente, y no era raro verlo dando vueltas con toda la “regalía imperial”, incluyendo hombreras doradas, sable y un sombrero tocado con plumas de pavo real.
 
Y lo cierto es que los habitantes de San Francisco lo adoraban: cuando en 1867 intentaron detenerlo para llevarlo a un manicomio, fueron los propios habitantes de la ciudad, periódicos incluídos, los que iniciaron una serie de protestas hasta que lo pusieron en libertad.
Agradecido, Norton le concedió un perdón imperial al policía que lo había detenido, y desde ese momento los policías le hacían el saludo militar cada vez que se cruzaban con él. También le compraron un uniforme nuevo cuando el suyo empezó a quedarse cochambroso.
 
Tras la invasión de México por parte de Napoleón III en 1863, Norton decidió que aquello no podía ser y también se autoproclamó “Protector de México”.
 
Norton llegó a cartearse con Kamehameha V, el rey de Hawaii, opositor al gobierno americano, que decidió reconocer a Norton como único gobernante legítimo del país. 
También le envió cartas a la reina Victoria, sin respuesta. 

Otra cosa que hizo Norton I fue emitir su propia moneda. Más concretamente billetes de entre 50 centavos y 10 dólares, que le aceptaban en varios comercios y de los que todavía quedan algunos ejemplares como objetos de coleccionista, vendiéndose algunos por más de 10.000 dólares.

El 8 de enero de 1880, mientras paseaba por lo que hoy es Grant Avenue, en Chinatown, Norton se desplomó frente a la catedral de Old Saint Mary’s. Para cuando llegó la ayuda, Norton había fallecido.
Tan solo llevaba encima 5 o 6 peniques, y una inspección de su habitación demostró que vivía en la más absoluta pobreza. Inicialmente eso hizo que se le fuera a enterrar de caridad en una fosa común, pero la ciudad de San Francisco tuvo un último gesto con su Emperador.
Una asociación de comerciantes organizó una colecta para pagarle a Norton un entierro digno, y se cuenta que hasta 10.000 personas fueron a mostrarle sus respetos durante su funeral, dos días después. El ayuntamiento pagó la sepultura en el Cementerio Masónico.

En 1934, Norton fue trasladado, junto con los residentes de todos los antiguos cementerios de San Francisco, a su lugar actual de reposo en el cementerio Woodlawn de Colma. Allí puede verse su lápida hoy, porque Norton sigue siendo una estrella del espectáculo.

Hay al menos tres óperas y un musical sobre Norton, y hasta aparece en “La vuelta al mundo en 80 días” (1956), junto a sus inseparables perros, Bummer y Lazarus. Hay hasta una organización que se encarga de preservar su memoria, la Emperor Norton Trust.
Podéis encontrar también a Norton asomándose por la ficción de finales del siglo XIX y de todo el siglo XX. Mark Twain, Robert Louis Stevenson, Robert Silverberg o Neil Gaiman lo han hecho aparecer en sus obras.

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