Wakaresaseya

Todo proceso de divorcio en Japón obliga a la adopción de ciertos supuestos previstos por el Código Civil, ya sea la violencia doméstica, la no asunción de responsabilidades económicas, la ausencia prolongada del domicilio, un desorden psiquiátrico crítico o la infidelidad, una de las causas más comunes. En todos los casos se deben presentar pruebas. Evidencia que, para el caso del adulterio, no siempre es fácil de hallar, dada la naturaleza secreta de casi todas las infidelidades. 


Japón cuenta con una boyante industria de agentes secretos (wakareseseya) que sirven como herramienta para justificar un divorcio o romper relaciones extramatrimoniales sin que la otra persona lo sospeche. Una de sus tareas más comunes consiste en forjar engaños. El agente, a petición de una parte de la pareja, entablaría una relación sentimental y extramatrimonial con la otra parte tras haber estudiado a su sujeto mediante la información presentada por su pareja.
Además, el divorcio a causa de uno de los cónyuges da derecho a cobrar el dinero de consuelo , que es una compensación por la disolución de una relación. El sistema de pago de consolación significa que contratar agentes wakaresaseya puede ser rentable en ocasiones.

No todos los wakaresaseya son contratados para romper un matrimonio. Otros tratan de salvarlos. Una de sus tareas más habituales consiste en torpedear una relación extramatrimonial, de tal modo que la persona implicada rompa sus lazos con su amante. Para ello, las agencias diseñan un complejo entramado de relaciones en el que sucesivos agentes se aproximan al amante (primero un falso amigo que, tras un tiempo prolongado, le presenta a un falso interés sexual o romántico del que termina enamorado) y lo alejan de la pareja del contratante.


Ofrecen sus servicios por la matriz, a menudo a precios desorbitados. Una intervención rápida y sencilla puede costar más de 3.000¥, y el coste se puede disparar hasta los 150.000¥ en función de la víctima y del nivel de confidencialidad exigido. 
Japón es un país esclavo de sus apariencias. Los wakaresaseya son tan sólo la punta del iceberg de un negocio, el de actores profesionales contratados para simular roles sociales en la vida real, mucho más extenso.

Como se narra aquí, el país lleva sumergido más de una década en un boom de las falsas relaciones familiares, románticas o amistosas. Personas que contratan a un agente para que simule ser su padre, su amigo, su abuelo o incluso su pareja. Actores que ejerzan de bálsamo emocional o que acolchen la vergüenza de haber fracasado en la vida. Son numerosas las historias rocambolescas. 

Ancianos solitarios que contratan a una hija y a una mujer ficticias. Abuelas sin descendencia real que anhelaban la existencia de un nieto al que malcriar. Mujeres solteras que desean mantener las apariencias, un esposo y un niño bien educado, en un encuentro social. El alquiler de familiares se ha convertido en una moneda de cambio relativamente común en Japón. Una industria boyante que siempre coloca a los agentes en posiciones delicadas. 
Es indudable que Japón tiene un apetito creciente por este tipo de negocios, hoy en boga, pero operativos desde hace décadas.

Más de 20 millones de personas declaran vivir solas, alrededor de 7 millones de ellas ancianas. En Japón, donde encontrar pareja es una tarea titánica y donde los hábitos sociales han conducido a una extraordinaria y prolongada vejez, la soledad es una cuestión nacional gravísima
No puede extrañar que muchos hayan optado por resolverla por la vía de la ficción.

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