Cooptación (identificarte para no identificarte)
[...] A primera vista, uno puede acudir a la definición de la RAE, la cual entiende cooptación como «llenar las vacantes de una organización mediante el voto de sus integrantes»
y pensar que quizá no es algo tan malo, pero en este caso nos referimos
a la acepción inglesa de la palabra, la cual la define como «apropiarse de determinadas ideas, políticas o ideologías para beneficio propio».
La preocupación por este fenómeno no es nueva y ya en los 90 el autor Thomas Frank la abordaría en su libro La conquista de lo cool en el cual el autor expondría como en el marco de la revolución posindustrial, las grandes empresas han abrazado una táctica de marketing que consiste en adoptar la estética y ciertos elementos del discurso de determinados movimientos contraculturales o activistas para mercantilizarlos, con el consiguiente efecto secundario de que en este proceso dichos discursos quedan reducidos a sus elementos más superficiales y pierden toda capacidad real de infundir cambio en la sociedad o incluso pasan a apoyar el statu quo contra el que cargaban en un principio.
Si ya era esto en los 90 una cuestión relevante, en los últimos años hemos visto una explosión de casos de cooptación en casi cualquier contexto. De esta forma, cabe señalar por ejemplo cuando el 8 de Marzo de 2017, coincidiendo con el Me Too y la explosión de inquietudes feministas en el ámbito mainstream que se dio por esas fechas, State Street Global Advisors instaló la famosa escultura Fearless girl frente al archiconocido Toro de Wall Street en lo que rápidamente se transformó en un icono de la lucha contra el patriarcado y le valió a esta empresa el ser reconocida como una de las firmas más comprometidas con la igualdad y los derechos de la mujer, solo para ser unos meses después ser condenada por la justicia a pagar una enorme indemnización a parte de sus trabajadoras por un flagrante caso de discriminación salarial.
O volviendo a épocas más recientes, como olvidar las numerosas campañas de publicidad llevadas a cabo por Nike contra el racismo, llegando a vender camisetas con el lema Black Lives Matter, fabricadas en las numerosas factorías con mano de obra semiesclava que dicha corporación tiene en el tercer mundo.
En otras palabras, la apropiación interesada por parte de grandes empresas de estos mensajes no solo eliminan cualquier capacidad real de cambio infraestructural en la sociedad, sino que al consumir los productos de dichas empresas llevadas por su aparente interés altruista en tales cuestiones estamos no solo no luchando realmente por ninguna de estas causas, sino incluso favoreciendo con nuestro dinero que dichos desequilibrios se perpetúen. Malvado y brillante al mismo tiempo.
[...] En otras palabras, la política [corpo] se basa en la eliminación de la conciencia de clase por parte de la élite corporativa [...] a través del fomento de identidades ideológicas, de género, étnico-raciales, etc. y de esta forma evitar la que seguramente sería la peor pesadilla de dichas élites, que toda esta masa de población dejara a un lado estas diferencias eminentemente superestructurales y se uniera para provocar un cambio infraestructural en las relaciones económicas y de poder.
Algo así como cuando tras su adquisición por parte de Jeff Bezos (el segundo hombre más rico del mundo) en 2016 el The Washington Post inició una gran serie especial de artículos y videos sobre la discriminación racial en EEUU, Race in America, pero luego durante el debate electoral de las elecciones presidenciales de 2019 el verificador de datos de ese mismo periódico falsamente marcó como incierta una afirmación absolutamente veraz y contrastada de Bernie Sanders en la que el político demócrata denunciaba como la creciente desigualdad económica en EEUU beneficiaba a las grandes fortunas propiciando que los tres hombres más adinerados del país (entre los que se incluía el propio Bezos) poseyera más riqueza que la mitad de la población estadounidense. Cosas que pasan
La preocupación por este fenómeno no es nueva y ya en los 90 el autor Thomas Frank la abordaría en su libro La conquista de lo cool en el cual el autor expondría como en el marco de la revolución posindustrial, las grandes empresas han abrazado una táctica de marketing que consiste en adoptar la estética y ciertos elementos del discurso de determinados movimientos contraculturales o activistas para mercantilizarlos, con el consiguiente efecto secundario de que en este proceso dichos discursos quedan reducidos a sus elementos más superficiales y pierden toda capacidad real de infundir cambio en la sociedad o incluso pasan a apoyar el statu quo contra el que cargaban en un principio.
Si ya era esto en los 90 una cuestión relevante, en los últimos años hemos visto una explosión de casos de cooptación en casi cualquier contexto. De esta forma, cabe señalar por ejemplo cuando el 8 de Marzo de 2017, coincidiendo con el Me Too y la explosión de inquietudes feministas en el ámbito mainstream que se dio por esas fechas, State Street Global Advisors instaló la famosa escultura Fearless girl frente al archiconocido Toro de Wall Street en lo que rápidamente se transformó en un icono de la lucha contra el patriarcado y le valió a esta empresa el ser reconocida como una de las firmas más comprometidas con la igualdad y los derechos de la mujer, solo para ser unos meses después ser condenada por la justicia a pagar una enorme indemnización a parte de sus trabajadoras por un flagrante caso de discriminación salarial.
O volviendo a épocas más recientes, como olvidar las numerosas campañas de publicidad llevadas a cabo por Nike contra el racismo, llegando a vender camisetas con el lema Black Lives Matter, fabricadas en las numerosas factorías con mano de obra semiesclava que dicha corporación tiene en el tercer mundo.
En otras palabras, la apropiación interesada por parte de grandes empresas de estos mensajes no solo eliminan cualquier capacidad real de cambio infraestructural en la sociedad, sino que al consumir los productos de dichas empresas llevadas por su aparente interés altruista en tales cuestiones estamos no solo no luchando realmente por ninguna de estas causas, sino incluso favoreciendo con nuestro dinero que dichos desequilibrios se perpetúen. Malvado y brillante al mismo tiempo.
[...] En otras palabras, la política [corpo] se basa en la eliminación de la conciencia de clase por parte de la élite corporativa [...] a través del fomento de identidades ideológicas, de género, étnico-raciales, etc. y de esta forma evitar la que seguramente sería la peor pesadilla de dichas élites, que toda esta masa de población dejara a un lado estas diferencias eminentemente superestructurales y se uniera para provocar un cambio infraestructural en las relaciones económicas y de poder.
Algo así como cuando tras su adquisición por parte de Jeff Bezos (el segundo hombre más rico del mundo) en 2016 el The Washington Post inició una gran serie especial de artículos y videos sobre la discriminación racial en EEUU, Race in America, pero luego durante el debate electoral de las elecciones presidenciales de 2019 el verificador de datos de ese mismo periódico falsamente marcó como incierta una afirmación absolutamente veraz y contrastada de Bernie Sanders en la que el político demócrata denunciaba como la creciente desigualdad económica en EEUU beneficiaba a las grandes fortunas propiciando que los tres hombres más adinerados del país (entre los que se incluía el propio Bezos) poseyera más riqueza que la mitad de la población estadounidense. Cosas que pasan
Fuente: cintilatio.com
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